Me sentí extraño al despertar, en lo que parecía un mal sueño, pues todo seguía gris, en blanco y negro, y las formas de los objetos no estaban bien delimitadas. No obstante, todo aquello parecía real y me sentía autor y responsable de mis actos, como si se tratase de un sueño lúcido. Me encontraba en alguna calle de una ciudad que ya conocía, aunque no lograba recordar cuál era.
Apenas me dio tiempo a decidir si estaba soñando o no, cuando oí a alguien gritarme desde detrás:
-¡Eh, Carlos, por aquí!
Me giré y vi a un hombre de gafas con gabardina marrón, sonriente, fumando un cigarro. Llevaba barba, aunque no parecía muy mayor. Me acerqué a él, y por alguna razón, me resultaba extrañamente familiar.
-¿Me conoces? –le pregunté. Por algún motivo debió hacerle gracia porque soltó una carcajada.
-¡Te conozco, en efecto! –respondió-. Te veo algo perdido, amigo, si me acompañas, te enseñaré un poco esto y responderé a tus preguntas. Seguro que se te ocurren muchas por el camino.
No sé bien por qué, pero decidí seguirle, al fin y al cabo, era la primera vez que me encontraba en una situación así. Los árboles, los edificios, todo era en blanco y negro, como en un sueño.
-¿De qué me conoces? –volví a preguntar.
-Verás, amigo, no sé por dónde empezar. El viaje no ha hecho más que empezar, y créeme, me hubiera gustado que la primera sorpresa hubiera sido algo después. En cualquier caso, giremos por aquella calle mientras busco las palabras adecuadas.
Había algo en él, en la conversación, en la situación en general, que hacía que me sintiese cómodo y extraño a la vez. Por fin, arrancó:
-De acuerdo, vamos allá. Te encuentras en un mundo distinto al que perteneces, regido por otras leyes y habitado por seres de lo más inverosímil. En este mundo moran aquellos personajes e historias que fueron escritos pero jamás fueron acabados. Y tú, amigo Carlos, imaginaste y comenzaste una vez una historia sobre un hombre con gabardina, que soy yo, y nunca la terminaste. Apenas escribiste unas líneas. Por eso estoy aquí.
En otras circunstancias, me hubiera sorprendido, claro. Pero en aquél mundo, no sé bien por qué, me pareció algo normal. Al fin y al cabo, nunca nos preguntamos mientras soñamos si lo que vemos es cierto o fantástico, simplemente es algo que ya interiorizamos.
-Apenas te recuerdo –le contesté a mi guía-. Ni siquiera debí ponerte nombre. ¿Así que en esta realidad conviven todas las historias que nunca llegaron a ver la luz? ¿Tanto poder tiene la imaginación del hombre?
-Así es, amigo. La gente, los autores, los escritores… olvidan que imaginar a un personaje supone dotarle de vida, de unas características propias. Aquellos personajes cuyas historias son terminadas, viven en otra realidad, distinta a ésta. En este infierno, sin embargo, nos encontramos personajes sin historia, sin descripción, sin propósito. Almas errantes sin planteamiento, nudo, o desenlace. Los hay mudos porque sus creadores olvidaron darle habla, los hay cojos porque sus creadores no los imaginaron con piernas, o los hay como yo, sin nombre, porque nuestro creador olvidó darnos uno… ¿Sabes? Crear a alguien implica mucho más que agarrar un bolígrafo y escribir o teclear unas pocas palabras en un ordenador.
-Jamás lo hubiera imaginado. ¿Y alguna vez –le pregunté- has estado en esa otra realidad de historias terminadas?
-No, ni sé cómo llegar hasta allí –me respondió el tipo, y me fijé en que su cigarro, a pesar de estar encendido, jamás se consumía-. Simplemente es lo que se nos dijo al llegar aquí, es algo que damos por hecho. Si aquí vivimos los que no fuimos concluidos, debe haber otro lugar donde sí vivan los personajes con un final, aquellos cuyas historias luego son recogidas por otros, y leídas por las gentes.
Entramos en una calle por la que paseaba bastante gente. No me fijé en ellos, pues aún iba pensando y asimilando las palabras de mi guía, pero un viejo sí pareció conocerme, y sin dudarlo comenzó a gritar:
-¡Mirad, es él! ¡Mi creador! –dijo, señalándome-. ¡Aquél que se negó a darme un final, una vida! ¡Fijaos si era torpe que ni nombre ni argumento me dio! ¿Te gusta lo que ven tus ojos? ¿Te gusta el mundo que me ha correspondido? Aléjate de mi vista, suficiente tormento tengo ya con la vida que he llevado.
Las palabras del viejo me llenaron de temor y lástima, pues al fin y al cabo yo era el responsable de su estancia en este limbo literario. Apenas pude disculparme, pero se escabulló entre la multitud gritando y maldiciendo. Seguí andando con mi acompañante.
-Su historia –le expliqué a mi guía con gabardina- trataba de un hombre que vivía justo lo contrario de lo que soñaba. Era una gran historia, pero no sé por qué, en algún momento, dejé de escribirla. La verdad, si llego a saber que algún día viajaría a este lugar a conocer a algunas de mis creaciones, lo hubiera pensado mejor. A raíz de esto, tengo otra pregunta que hacerte.
-Tú dirás –me dijo.
-¿Por qué he venido yo, y no otro, a esta realidad a conocer a sus gentes y mis creaciones?
-Has dejado la mejor cuestión para el final –dijo, sonriendo-. Amigo, si estás aquí es porque, al igual que yo, tu creador se aburrió de escribir tu historia y has pasado de un mundo a otro.
Aterrado, esperé su sentencia:
-Fuiste y eres un personaje de ficción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario